Kaleja, el latido de la candela

Me adentro en el centro de la ciudad de Málaga pensando que hace demasiado tiempo de mi última visita. El turismo desbordado por todas partes y los negocios oportunistas, con escaso arraigo, configuran una suerte de decorado en el que todo el mundo parece un figurante. Se antoja difícil encontrar algo medianamente apegado a la tradición que no sea El Pimpi, esa gran bodega clásica que ya puede albergar a más de mil comensales a un tiempo. Sin embargo, callejeando, uno llega a Kaleja, situada en el corazón de la judería medieval. Te acercas a su barra y, de repente, se obra un pequeño milagro. Un tenue fuego y el aroma a brasa nos trasladan al aquí y ahora, y lo demás pasa a segundo plano, como en un ejercicio de autoayuda. La candela tiene ese poder

Dani Carnero es un cocinero de largo recorrido, ha dado pasos en lo que se llama cocina de vanguardia con estancias en El Bulli o Martín Berasategui, pero también conoce de primera mano lo que es el apego a la cocina de la tierra, que conoció con Manolo de la Osa en el mítico restaurante Las Rejas de las Pedroñeras. El discurso gastronómico y la innecesaria simplificación a la que nos lleva la actual obsesión por etiquetar todo, han convertido la innovación y la tradición en conceptos antagónicos y excluyentes, cuando no lo son, aunque tan sólo sea para afirmarse mediante el contraste. Carnero va a su aire, le sobra bagaje para permitírselo.

Restaurante Kaleja

Dirección: C/ Marquesa de Moya, 5, 29005, Málaga
• Teléfono: 952 60 06 00
• Web: restaurantelkaleja.es
• Días de apertura: Martes a sábado servicio
de comida y cena
• Menú: Menú Memoria 100€ (10 platos),
Gran Menú Memoria 130€ (13 platos)
• 1 estrella michelín

Molleja-escabeche de hierbas
En su recorrido más reciente, completamente vinculado a la ciudad de Málaga, abre La Cosmopolita en 2010 buscando salir adelante dando de comer bien, algo que consigue, logrando el reconocimiento de los aficionados. En 2020, abre Kaleja explorando cómo retarse y divertirse, ir más allá. Hay que reconocerle al cocinero que sus planteamientos tranquilos se han chocado de frente con los tiempos, topándose sus aperturas con la crisis inmobiliaria, la primera, y con la pandemia, la segunda. En 2022 abrió la tercera pata de su propuesta malagueña, La Cosmo, proporcionando inmediatez al comensal mediante un cuidado producto y elaboraciones sencillas.

Aunque rehúya de etiquetas y de guiones, su cocina se asienta sobre unas premisas muy claras. Reivindica al cocinero que da bien de comer, sin nada más, sin discursos, haciendo que el cliente disfrute de una buena comida y punto. La candela como referente y casi como símbolo, cocina lenta, para el guiso y también para el disfrute, y el riesgo que implica depender de la intensidad del fuego para terminar los platos uniformemente. Y una mirada a lo que para él es la cocina auténtica, la de la memoria (de hecho, así se llama el menú), una visita a la tradición del interior de Andalucía, de donde emergen antiguos gazpachos, aguas de verdura, zurrapas o maimones. Composiciones aparentemente sencillas, de pocos ingredientes, que son fruto de largas reflexiones, en las que el chef se permite su reducto de creatividad. Y siempre buscando el disfrute, la interacción con el cliente de la que se nutre, incluso asumiendo el riesgo que suponen los largos tiempos de elaboración, que en algún caso desembocan en ejecuciones desiguales. Dice el cocinero que en la cocina moderna se nos ha olvidado hablar de platos, en una reflexión que me recuerda a cuando escuchábamos discos enteros y por orden, algo que ha caído también en desuso, pero que daba valor al concepto completo.
Habitas-porra blanca-pimiento verde
Sentado en la barra, hipnotizado por el hechizo de la brasa, uno apenas es consciente de la austeridad del local, lo justo para disfrutar de un cierto confort, pero sin ninguna concesión. Es un anticipo de lo que encontraremos en los platos, centrados en el sabor y desprovistos de cualquier alarde innecesario. Comenzamos por un plato que nos traslada a tiempos anteriores a la llegada del tomate a nuestras tierras. En el campo el agua se refrescaba con trozos de verdura y aliño, y cuando el protagonista era la cebolla, se denominaba gazpacho de floja. Aquí se acompaña de jurel y podría beneficiarse de algo más de punch en la acidez del aderezo. Le sigue otra agua fresca, en este caso de coliflor, servida con gamba cruda y brócoli al dente, aquí todo potenciado elegantemente por el picor del raifort. Continuando con esos platos de inspiración vegetal y refrescante, aparecen unas deliciosas habitas repeladas en porra blanca, sin tomate, que sirve a la vez de salsa y aliño, potenciado todo por pimiento rojo y jugo de pimiento verde, un conjunto realmente sabroso. Se suceden los guiños a la tradición, ahora con la zurrapa de pescado, la habitual elaboración andaluza aquí enriquecida con cabezas y colas de pescado, en este caso de merluza. Un sabor rotundo que puede no ser del gusto de todos.
Maimones-all i pebre de anguila
Gamba-brócoli-coliflor-raifort
En lo que podrían ser los platos principales, el primer pase es un corte de rape en tempura acompañado del clásico pimiento asado de la casa, que ya no protagoniza un plato por sí solo, pero que no desaparece del menú. Este plato refleja muy bien lo que es Kaleja, dos ingredientes y una presentación somera. En realidad, el pescado es sometido a tres cocciones, presentando un punto y sabor magníficos, acompañado de un humilde pimiento sometido al calor de la candela durante varias horas, reducido y concentrado al máximo. Sigue un mero en una punzante salsa de perejil acompañado de caracoles. También suele haber un arroz en la degustación, en este caso, sorprendente, de encurtidos, pleno de acidez, que contrasta con un delicado y graso lomo de boquerón. Continua otro plato que llama a la memoria, pero se permite viajar a Valencia, los maimones de all i pebre de anguila, reivindicando el vocablo que antiguamente describía a las sopas de ajo en Andalucía. Le sucede una jugosa molleja con el perfecto contrapunto de un escabeche de hierbas y unas pamplinas. Y cierra la parte salada una codorniz rellena de embutido elaborado en la propia casa que proporciona un punto graso al conjunto del que suele carecer el ave.
Tempura de rape-pimiento
Los postres cumplen con creces, las peras con lías (lo que queda como resultado de la fermentación del vino), los nísperos con chocolate blanco y pomelo, que particularmente agradezco ver cómo se puede dar protagonismo a la fruta en los postres de la alta cocina, y, por último, el suso (tradicional bollo malagueño) con una deliciosa crema de jazmín para mojar.

Un detalle magnífico es el pan candeal que acompaña, calentado en la candela, ni tibio ni quemado, y mojado, que no empapado, en aceite de oliva, una maravilla. El servicio es estupendo, con el añadido de poder conversar con Dani durante toda la comida. La bodega está acorde con lo que se espera de un restaurante de ese nivel, en el que se puede hacer maridaje, pero se agradece que no se presione al comensal para hacerlo. Y es un gusto compartir la barra con gente joven, turistas curiosos abiertos a probar y descubrir nuevas experiencias.

En definitiva, un restaurante que se sale de lo que uno espera en la fórmula Michelin, un cocinero que ha encontrado su propio camino y que renuncia a ser etiquetado y que hace del disfrute del comensal su principal objetivo siendo fiel a sí mismo. La alta cocina necesita desencasillarse y que tanto cocineros como clientes se vayan liberando de corsés.
Níspero-chocolate blanco-pomelo
Boquerón-arroz-encurtido
Pan candeal tostado en la candela con aceite de oliva

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